Estos días de fiesta han sido una comedia de errores inesperada. Todo
comenzó cuando me confirmaron que tenía COVID-19. Los síntomas llegaron como
invitados no deseados: fiebre, malestar estomacal y, la cereza del pastel, la
pérdida del gusto y el olfato. En plenas fiestas, cuando las mesas andan repletas
de manjares, esto ha sido como un cruel chiste del destino.
Imagina la escena: un panetón recién cortado, esponjoso, con trocitos de
frutas secas que parecen decir "cómeme". Pero al darle un mordisco,
sorpresa: sabe a llanta. No, no estoy exagerando, a llanta. Y no termina ahí.
Las ensaladas, los platos y ensaladas coloridas de fiesta, comparten el mismo
sabor: el de absolutamente nada o, peor aún, el de goma reciclada.
Comer, que por estos días es como deporte favorito, ahora se siente como una
tarea burocrática. Abres la boca, masticas, tragas, repites. Ni un
"mmm", ni un "¡qué delicia!", solo silencio y resignación.
Es como si mi lengua y mi nariz hubieran pedido vacaciones justo en el momento
menos oportuno.
Pero no me quedé cruzada de brazos. Decidí darle pelea al virus y buscar
soluciones para recuperar mis sentidos. Mr. Google, sugirió ejercicios de
reentrenamiento olfativo. Así que me armé con café, perfume, gasolina, cáscaras
de naranja. Olí, olí y volví a oler, pero nada. Mi nariz y mi gusto se han
declarado en huelga indefinida.
Entonces pensé: "Necesito algo más fuerte". Fui por esos caramelos
de menta que son como bombas para la garganta con garraspera. Si algo puede
despertar a mis papilas gustativas, tiene que ser esto, ¿verdad? Error. Ni un
cosquilleo, ni una chispa. Todo igual de insípido.
Las comidas familiares se han convertido en un desfile de texturas sin
sentido. Mientras todos comentan lo delicioso del pollipavo o lo perfecta que
estaba la ensalada rusa, yo sonrío y asiento como si supiera de qué hablan. Por
dentro, solo pienso: "¡Dénme una llanta sazonada con mucha
esperanza!".
A pesar de todo, estas fiestas me han dejado una lección inesperada: no es
lo mismo comer por comer que disfrutar de verdad. Ahora valoro esos pequeños
placeres que antes daba por sentado. Mientras espero pacientemente a que mi
cuerpo decida devolverme mis sentidos, sueño con el día en que volveré a
saborear un buen café o un pedazo de panetón que, esta vez, no sepa a goma o
llanta.
Por ahora, mi mantra es claro: "Esto también pasará, y cuando pase, voy
a comer como si no hubiera mañana".
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