jueves, 2 de enero de 2025

"Fiestas insípidas: la historia de un olfato en huelga"

 


Estos días de fiesta han sido una comedia de errores inesperada. Todo comenzó cuando me confirmaron que tenía COVID-19. Los síntomas llegaron como invitados no deseados: fiebre, malestar estomacal y, la cereza del pastel, la pérdida del gusto y el olfato. En plenas fiestas, cuando las mesas andan repletas de manjares, esto ha sido como un cruel chiste del destino.

Imagina la escena: un panetón recién cortado, esponjoso, con trocitos de frutas secas que parecen decir "cómeme". Pero al darle un mordisco, sorpresa: sabe a llanta. No, no estoy exagerando, a llanta. Y no termina ahí. Las ensaladas, los platos y ensaladas coloridas de fiesta, comparten el mismo sabor: el de absolutamente nada o, peor aún, el de goma reciclada.

Comer, que por estos días es como deporte favorito, ahora se siente como una tarea burocrática. Abres la boca, masticas, tragas, repites. Ni un "mmm", ni un "¡qué delicia!", solo silencio y resignación. Es como si mi lengua y mi nariz hubieran pedido vacaciones justo en el momento menos oportuno.

Pero no me quedé cruzada de brazos. Decidí darle pelea al virus y buscar soluciones para recuperar mis sentidos. Mr. Google, sugirió ejercicios de reentrenamiento olfativo. Así que me armé con café, perfume, gasolina, cáscaras de naranja. Olí, olí y volví a oler, pero nada. Mi nariz y mi gusto se han declarado en huelga indefinida.  

Entonces pensé: "Necesito algo más fuerte". Fui por esos caramelos de menta que son como bombas para la garganta con garraspera. Si algo puede despertar a mis papilas gustativas, tiene que ser esto, ¿verdad? Error. Ni un cosquilleo, ni una chispa. Todo igual de insípido.

Las comidas familiares se han convertido en un desfile de texturas sin sentido. Mientras todos comentan lo delicioso del pollipavo o lo perfecta que estaba la ensalada rusa, yo sonrío y asiento como si supiera de qué hablan. Por dentro, solo pienso: "¡Dénme una llanta sazonada con mucha esperanza!".

A pesar de todo, estas fiestas me han dejado una lección inesperada: no es lo mismo comer por comer que disfrutar de verdad. Ahora valoro esos pequeños placeres que antes daba por sentado. Mientras espero pacientemente a que mi cuerpo decida devolverme mis sentidos, sueño con el día en que volveré a saborear un buen café o un pedazo de panetón que, esta vez, no sepa a goma o llanta.

Por ahora, mi mantra es claro: "Esto también pasará, y cuando pase, voy a comer como si no hubiera mañana".

 

Integración sensorial para todos

Escrito el 17 - 08-2024.                         El lento aprendizaje y los problemas de comportamiento en los niños frecuentemente son causados "por una integración sensorial inadecuada en el cerebro", escribe Jean Aynes en su obra titulada La integración sensorial y el niño. Este enfoque plantea una pregunta urgente: ¿Cómo construir un entorno educativo que verdaderamente integre a todos los niños, priorizando sus necesidades sensoriales como base para el aprendizaje cognitivo?

La llegada a las aulas después de una etapa post-pandemia trajo consigo enormes retos. Nos encontramos con aulas de clases donde una auxiliar debe atender a 50 niños de 3, 4 y 5 años. Dentro de esta población, un alto porcentaje son niños neurodivergentes, mientras otros son neurotípicos. Además, se suma el preocupante aumento de casos de anemia infantil, niños que se duermen. Este panorama plantea un desafío monumental para los docentes: ¿qué hacer ante tanta diversidad y necesidad 

Los maestros que alzan la voz para expresar sus dificultades son rápidamente etiquetados como " sin vocación". Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Hemos atravesado dos años de pandemia que han transformado profundamente las experiencias de los niños, generando un péndulo de cambios que no podemos ignorar. Las habilidades sociales, emocionales y cognitivas han sufrido impactos significativos, y los niños llegan a las aulas con un bagaje de necesidades sin precedentes.

Jean Aynes enfatiza que la clave para abordar el lento aprendizaje y los problemas de comportamiento radica en una adecuada integración sensorial. Esto requiere mirar más allá de los diagnósticos y etiquetas, y centrarse en la manera en que los niños perciben y procesan el mundo que los rodea. Familias y docentes tienen un papel crucial en esta transformación, aunque las reacciones varían: algunas familias enfrentan el problema y buscan soluciones, mientras otras eligen ignorarlo.

Ante esta diversidad, es urgente repensar el rol de la educación infantil. Los programas escolares deben incluir estrategias que prioricen la integración sensorial: actividades que estimulen los sentidos, ambientes inclusivos y el fortalecimiento del vínculo entre niño y maestro. Esto no solo beneficia a los niños neurodivergentes, sino también a toda la comunidad escolar.

En lugar de culpar o silenciar a los docentes, necesitamos escuchar y apoyar sus demandas. Crear una escuela que integre a todos no es solo una cuestión de vocación, sino de voluntad colectiva. Esto incluye a las familias, a los sistemas educativos y a la sociedad en general. La integración sensorial no es un lujo, es una necesidad para garantizar que cada niño pueda encajar en el camino del aprendizaje y del desarrollo integral.



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